domingo, 15 de abril de 2012

NUESTRO CUERPO, MENSAJERO ALADO


Recojo el mensaje de que todos los campos de energía que recibo son Maestros de Honor.

 Cuando algo me impregna fuerte y no consigo liberarme de ello, lo escucho porque sé que quiere desvelar algún registro, cúmulo que reside en mi interior. Aunque yo no lo identifico como mío, original de Ana, sé que está despertando la consciencia de un residuo ancestral que me impide la transformación o la elevación de mi frecuencia, mi ascensión. Soy plenamente consciente de ello y por eso escucho, escucho a mi cuerpo que es el gran revelador de mi espíritu. Cada molestia, cada palpitación, dolor, se convierte en un mensajero de luz que me habla claro para que pueda despertar a espacios nuevos que viven en mí, nítidos, prístinos y llenos de transparencia.
El cuerpo almacena tóxicos. Al igual que un hígado almacena tóxicos alimentarios, almacena emociones densas, emociones tóxicas. Cada zona de nuestro Templo de Honor, nuestro cuerpo, está asistido por frecuencias superiores que modulan su frecuencia, transforman su densidad y aligeran sus cargas. Registramos en el inconsciente todo lo que vivimos. Y aunque lo superamos y decidimos tirar hacia delante con ganas, con humor, con disposición, esos registros acaban por atraer de nuestra vida momentos que nos dicen que aún estamos arrastrando esos impactos, esas terribles sensaciones de desamparo, soledad, tristeza, pesares antiguos, nuestros de esta vida, nuestros de los antepasados, nuestros de otras experiencias de vida.
Andamos en cada momento buscando el equilibrio. Ese equilibrio entre lo que la mente consciente quiere y lo que nuestros “recuerdos vivos” despiertan. De la misma manera en que no es armónico estar vivenciando con constancia los registros del inconsciente, también es verdad que cuando apretamos para funcionar con la mente consciente, con la voluntad, con lo que queremos, pero no mantenemos ninguna conexión con esa otra parte de nosotros que pertenece a nuestro sistema, llega un momento donde ocurre un movimiento creativo o cuántico que nos lanza en busca de ese equilibrio superior. Algo que necesitamos saber de nosotros, algo que nos pesa y que, a pesar de toda la voluntad que ponemos en nuestro día a día,  la cosa no acaba de funcionar, de salir bien, de proporcionarnos biernestar y felicidad.

Podemos escuchar los mensajes de nuestro cuerpo, abrirnos al instinto, a la búsqueda que realiza la propia vida para revelarnos frecuencias que nos mantienen atrapados en patrones que obedecen a creencias obsoletas, heredadas del mundo, a las que respondemos sin pensar, sin ser conscientes,  a partir de las cuales  creamos una vida mediocre en lugar de la vida con sentido que todos somos capaces de imaginar. Y de tener.
No nos escuchamos. Nuestros oídos permanecen cerrados como puertas de acero. Oímos el mundo, su ruido, pero no filtramos sus mensajes. Y no escuchamos nuestra voz. Esa voz de la intuición, del instinto, que parte de una conexión hacia adentro de nosotros mismos, del deseo de saber sin calcular, de saber sin analizar, de ese saber que surge del fruto de la vida, de vivir, de experimentar la Tierra, de recoger aprendizajes, de aprobar lecciones, de equilibrar karmas, de mover el Amor. No escuchamos el dolor, no nos adentramos en él, lo esquivamos, escondemos, acallamos. Y ese dolor que tapamos atrae más de lo mismo para avisar de que existe, de que necesita nuestro oído sutil para desvelarse y ser escuchado, aceptado y transformado. Toda manifestación física proviene de una distorsión en alguna parte de lo nuestro que no se ve, pero muchas veces se sabe. Uno sabe cuándo es egoísta,  cuándo reacciona demasiado, cuándo culpabiliza, cuándo juzga, cuándo piensa mal, cuándo necesita ajusticiar o castigar, cuándo desprecia o deja de apreciar lo bueno en los otros. Cuándo no ha podido perdonar. Qué dolor, tristeza, pesar, angustia, permanece viva dentro. Cuántos resentimientos alimento, cuántos pensamientos sobre lo que los otros “nos han hecho” pero ninguno sobre lo que yo me hago a mí misma cuando mantengo esos pensamientos. Cuánta rabia mezclada con desesperación, sufrimiento al fin y al cabo, llevo almacenando desde hace siglos.
He de reclamar mi sinceridad esencial, la sinceridad del alma, la que se descubre y dejar de tapar, disimular, engañarse, dejar de ocultar la verdad que acaba matándonos, matando nuestro espíritu, maltratando nuestro Templo, nuestra carne, vehículo de Amor de una existencia con propósito y con sentido. Los mayores dolores, las peores enfermedades, son mensajeros luminosos, aperturas de consciencia, oportunidades inmensas de transformación que podemos escuchar, posibilidades de maduración de todo nuestro sistema, un campo de energía que se propaga por la descendencia calibrando informaciones, transmitiendo a los que vienen detrás, esos registros ocultos que no hemos conseguido o querido o sabido reconocer, ver, dentro de nosotros.
Siempre se ha dicho que no valoramos la vida, nuestra propia vida y nuestras cualidades y tesoros hasta que sentimos que podemos perderlas. Hasta que sentimos que nos perdemos, o que nos perdimos en algún paso del camino y quisiéramos volver atrás y recuperar la sabiduría que se estaba despertando en nosotros en ese momento. Somos seres de luz, somos divinidad, pulsación sutil, presencias transparentes de verdad, fluir constante, fuentes emanadoras de consciencia. Lo somos, todos. Y nuestra luz está manifestándose siempre y utiliza nuestro cuerpo para avisarnos de que algo no anda bien, que podemos pensar con más sentido, sentir con menos drama o eliminar el drama en nuestras vidas, crecer con ganas, acumular menos dolor, o ninguno.
Hace un par de meses ví una película de hace años, donde el Anthony Hopkins, que representaba a una especie de predicador, decía:

“EL DOLOR ES EL MEGÁFONO QUE UTILIZA DIOS PARA DESPERTAR A UN MUNDO DE SORDOS.”
Tan magnífica me pareció la frase, que la almacené, la grabé indeleblemente en mi memoria y recordé que la escucha, esa escucha atenta, activa, de nuestra voz interior, es querer oir de verdad, abrir bien las orejas para no perdernos ningún mensaje sutil creador de salud y elevación, y es impresdindible si queremos sanar nuestras vidas, disfrutar de la armonía de nuestras mentes, de nuestras pequeñas cosas del día a día, saber quiénes somos y cuánta sabiduría almacenamos dentro.

Ábrete a la Luz y obsérvate con Amor. El dolor, la enfermedad, las emociones intensas, no sólo hablan de que todo esto es lo que te queda por resolver, sino que sobretodo te hablan de que más allá de la distorsión, de las preocupaciones, del miedo, de esto que en el reino de lo físico te sucede, hay un Ser divino, puro, hablándote con Armonía, Poder, Lucidez, Sensatez, Apertura, Compasión, Alegría, Don, Buen humor, Atención, Cuidado, Genuidad, Sensibilidad, Gentilería, Sabiduría, Inteligencia, Salud total, Consciencia, Libertad y Amor, y encima, eres TÚ.

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