LA AGRESIVIDAD, LA RABIA Y LA TRANSFORMACIÓN
Uno de los síntomas que podemos experimentar en este
momento de transformación profunda es una agresividad contenida, una especie de
rabia que podemos sentir vibrar interiormente y difícil de aguantar sin dar
paso a un movimiento acelerado, a una necesidad imperiosa de hacer algo, a un
hiperactivismo y también a una necesidad de evitar darnos cuenta de que existe.
Todos albergamos rabia, unos la expresamos rápidamente,
otros sienten rabia contenida, otros dirían que nunca la conocieron.. A dónde
de nuestro pasado podríamos regresar para captar el instante donde poder
reconocer qué causó esa emoción, esa reacción, qué pasó que despertamos a
nuestras emociones intensas y qué pasó luego que no las pudimos expresar y quedaron
almacenadas, guardadas y ocultas o reprimidas en lugares que no sabemos,
riñones, hígados, vesículas.
El coxis, la zona genital, almacena vibraciones de rabia
que cuesta sostener, y que hace que nos tengamos que levantar de pronto, como
si no aguantáramos más de dos minutos sentados y centrados en una misma cosa.
Otras veces es una inquietud en el vientre y un no saber qué hacer con ella, a
dónde huir, cómo salirse de esa sensación que produce desadaptación, no
encajar, no sentirse bien, no poder estar, sencilla y llanamente, con
tranquilidad y receptividad. Otras veces esa rabia está menos oculta y sale
disparada como si se mereciera, abocándose en los otros como recipientes
causadores y albergadores de esas respuestas desmedidas que si no lo hicieran,
aparecerían como locura en las mentes. Y la rabia contenida en el corazón, la rabia que no nos permite ser felices,
experimentar lo positivo, lo agradable, lo bueno, el amor que nos llena, que
acompaña, que nos dice que todo está bien así, tal y como está, que todo tiene
un sentido y que estamos aquí para disfrutar. Y la rabia en las gargantas, que
prolifera a través de la boca expresiones mediocres, despreciativas, de
desagradecimiento, de falta de celebración, la que encuentra culpables en todos
los caminos, la que no se ve si no fuera, la que ataca, machaca, destruye,
violenta. La que ahoga.
Y qué decir de la agresividad reprimida que dispara nuestro tercer ojo,
increpa nuestra mente a acusar, a encontrar razones, a diagnosticar, a vaticinar, a condenar en
silencio, a vengarse. Como si un humo rojo y despampanante saliera de nuestra
frente, cargándose todo lo que de positivo anida en nuestro bienamado ser.
Oscura fuerza también que mantiene nuestros pensamientos tristes, bajos,
conductores infalibles a la depresión, al hartazgo, al dolor del alma, a la
incomprensión.
Cuando eres niño, esa rabia pulsa por salir y no
encuentra la salida y el sistema nervioso se afecta, descontrolando la emoción,
llamando a la desesperación que no se ve pero con la que no se puede
vivir. A veces se transmite a la espalda,
a los músculos y genera cansancio,
fatiga y ganas de dormir como diciendo
que no puedes soportarla más, que no hay camino para ella y que no sabes qué
hacer, porque no entiendes lo que está pasando. Por eso es importante que
nosotros como padres nos dejemos sentir las emociones, que las reconozcamos como nuestras y las desvelemos
y liberemos, para dejar libres a nuestros hijos de esas cargas que están
reflejando por amor.
Y si nos fijamos bien, a veces hay rabia hasta en las
manos, en los brazos, bloqueándolos, en las piernas, calentando nuestras venas,
en nuestra raíz, descargándonos de nuestra vitalidad y desequilibrando nuestro
sistema.
Esa rabia que desea desgarrándose enraizar en la materia para ser liberada, que necesita ser de nuevo sentida para marchar, esa rabia que oculta daña y que abierta nos hace más humanos, más serenos, más personas, aumentando nuestra bondad, nuestra sensatez, nuestra divinidad, nuestra magia.
Esa rabia que puedes sentir como un calor sofocante, como
un incendio interior, como una crispación en la barriga, en los intestinos,
marca infalible de que así no puedo estar, de que es esto lo que no me permite
disfrutar del placer de estar vivo. Como un nerviosismo en todo el cuerpo, como
una sombra en el alma que desea formar parte de la verdad.
Es bueno no ocultar, desvelar. Es bueno no reprimir, sino
liberar. Es sano reconocer que la rabia inconsciente de nuestros hijos es
nuestra, y la nuestra de nuestros padres y así, y que darle vida, asentir a que
está, nos hace partícipes de una realidad en la materia, en nuestra vida
cotidiana, esa que se malogra cuando no la vemos, cuando no la sentimos, cuando
la ignoramos o cuando la tapamos a cosa hecha. Es la raíz de desarmonías, de la
incapacidad de adaptarse al medio, de la hiperactividad, de las inflamaciones,
de lo que nos cuesta tanto, de la depresión y de tantas y tantas otras cosas.
Ignoramos nuestra verdad sentida y nos aposentamos en la
razón y en lo que nos interesa mostrar hacia fuera. Nos ignoramos, y cuando lo
hacemos, nos faltamos enormemente al respeto porque nos desconectamos de una
mitad que también somos nosotros, de nuestra sombra, queriendo aparecer como
buenos y necesarios cuando en realidad el dolor y la rabia conviven juntas más
allá de los muros que hemos levantado para descreernos.
Es preciso plantearse el respeto. Porque es posible que
esa rabia desequilibrada, escondida, oculta, reprimida responda a una gran
falta de respeto que hemos sentido, como niños y como adultos, y que no hemos
podido devolver a su emisor.
Es preciso reconocer el abuso, ese que permitimos porque
no somos capaces muchas veces de respetarnos a nosotros mismos. Porque el
respeto abarca mucho, abarca todo, palabras, gestos, pensamientos, sueños,
movimientos, miradas que generan miedo y roban nuestro poder y a partir de ahí,
una vez desempoderados, nos dejamos abusar, en las mil formas, descargando
nuestra energía vital que se quiere morir.
Encontraras en el blog o en el facebook una entrada sobre
el “CURSO DE SANACIÓN DE PODER CON LAS ENERGÍAS ANGÉLICAS”, un reciente curso
que dí en Cartagena y que hay posibilidad de hacer este verano en Barcelona.
Entre otro sin fin de cosas, aprendemos a reconocer esos síntomas o estados que
se refieren a esta hermosa transformación interna que está ocurriendo en cada
uno de nosotros y que nos impiden entrar en esa nueva dimensión de la
consciencia donde viven el milagro, la abundancia y el amor, desatascando
nuestros motores a través de las energías angélicas y otras cosas.
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