Cuando mi hija Irina era pequeña, un día me llamaron desde casa al trabajo porque la niña se encontraba muy mal de la barriga. Ese ha sido siempre su punto débil. Vino el médico pero el medicamento que le dio en ese momento pues no pareció funcionar, así que, me fui para allá. En ese momento de mi vida yo ya estaba en el mundo del masaje, las esencias florales del Dr. Bach, cromoterapia, etc. Cuando llegué a casa la ví con tanto dolor que lo único que se me ocurrió fue estirarla en la camilla y poner un cassette de una música que aún guardo. Para los niños, y también para los adultos, la música es absolutamente curativa. Puse mis manos sobre su vientre. Hasta ese momento yo no había desarrollado todavía mi capacidad para la sanación, o así creía, pero no la practicaba. Rápidamente sus ojos se volvieron hacia arriba, quedándose en blanco y se fue. Sentí como si se fuera, se desconectó de este plano y con ello de su dolor. Y estuve junto a ella con mis manos encima mucho rato, pidiendo, rezando, no en plan lastimero sino con la confianza plena en la luz y en el amor. Empecé a ver que a su alrededor se expandía una energía de color verde pastel, preciosa. Desde entonces, a ese color lo llamo el color de la sanación.
Cuando Irina despertó después de un buen rato, se encontraba bien. Ella disfrutó de lo que pasó a pesar de no estar conscientemente presente.