Recojo el mensaje de que todos los campos de energía que
recibo son Maestros de Honor.
Cuando algo me impregna
fuerte y no consigo liberarme de ello, lo escucho porque sé que quiere desvelar
algún registro, cúmulo que reside en mi interior. Aunque yo no lo identifico
como mío, original de Ana, sé que está despertando la consciencia de un residuo
ancestral que me impide la transformación o la elevación de mi frecuencia, mi
ascensión. Soy plenamente consciente de ello y por eso escucho, escucho a mi
cuerpo que es el gran revelador de mi espíritu. Cada molestia, cada
palpitación, dolor, se convierte en un mensajero de luz que me habla claro para
que pueda despertar a espacios nuevos que viven en mí, nítidos, prístinos y llenos
de transparencia.
El cuerpo almacena
tóxicos. Al igual que un hígado almacena tóxicos alimentarios, almacena
emociones densas, emociones tóxicas. Cada zona de nuestro Templo de Honor,
nuestro cuerpo, está asistido por frecuencias superiores que modulan su
frecuencia, transforman su densidad y aligeran sus cargas. Registramos en el
inconsciente todo lo que vivimos. Y aunque lo superamos y decidimos tirar hacia
delante con ganas, con humor, con disposición, esos registros acaban por atraer
de nuestra vida momentos que nos dicen que aún estamos arrastrando esos
impactos, esas terribles sensaciones de desamparo, soledad, tristeza, pesares
antiguos, nuestros de esta vida, nuestros de los antepasados, nuestros de otras
experiencias de vida.
Andamos en cada momento
buscando el equilibrio. Ese equilibrio entre lo que la mente consciente quiere
y lo que nuestros “recuerdos vivos” despiertan. De la misma manera en que no es
armónico estar vivenciando con constancia los registros del inconsciente,
también es verdad que cuando apretamos para funcionar con la mente consciente,
con la voluntad, con lo que queremos, pero no mantenemos ninguna conexión con
esa otra parte de nosotros que pertenece a nuestro sistema, llega un momento
donde ocurre un movimiento creativo o cuántico que nos lanza en busca de ese
equilibrio superior. Algo que necesitamos saber de nosotros, algo que nos pesa
y que, a pesar de toda la voluntad que ponemos en nuestro día a día, la cosa no acaba de funcionar, de salir bien,
de proporcionarnos biernestar y felicidad.
Podemos escuchar los mensajes
de nuestro cuerpo, abrirnos al instinto, a la búsqueda que realiza la propia
vida para revelarnos frecuencias que nos mantienen atrapados en patrones que
obedecen a creencias obsoletas, heredadas del mundo, a las que respondemos sin
pensar, sin ser conscientes, a partir de
las cuales creamos una vida mediocre en
lugar de la vida con sentido que todos somos capaces de imaginar. Y de tener.
No nos escuchamos. Nuestros
oídos permanecen cerrados como puertas de acero. Oímos el mundo, su ruido, pero
no filtramos sus mensajes. Y no escuchamos nuestra voz. Esa voz de la intuición,
del instinto, que parte de una conexión hacia adentro de nosotros mismos, del
deseo de saber sin calcular, de saber sin analizar, de ese saber que surge del
fruto de la vida, de vivir, de experimentar la Tierra, de recoger aprendizajes,
de aprobar lecciones, de equilibrar karmas, de mover el Amor. No escuchamos el
dolor, no nos adentramos en él, lo esquivamos, escondemos, acallamos. Y ese
dolor que tapamos atrae más de lo mismo para avisar de que existe, de que
necesita nuestro oído sutil para desvelarse y ser escuchado, aceptado y
transformado. Toda manifestación física proviene de una distorsión en alguna
parte de lo nuestro que no se ve, pero muchas veces se sabe. Uno sabe cuándo es
egoísta, cuándo reacciona demasiado, cuándo
culpabiliza, cuándo juzga, cuándo piensa mal, cuándo necesita ajusticiar o
castigar, cuándo desprecia o deja de apreciar lo bueno en los otros. Cuándo no
ha podido perdonar. Qué dolor, tristeza, pesar, angustia, permanece viva dentro.
Cuántos resentimientos alimento, cuántos pensamientos sobre lo que los otros “nos
han hecho” pero ninguno sobre lo que yo me hago a mí misma cuando mantengo esos
pensamientos. Cuánta rabia mezclada con desesperación, sufrimiento al fin y al
cabo, llevo almacenando desde hace siglos.
He de reclamar mi
sinceridad esencial, la sinceridad del alma, la que se descubre y dejar de
tapar, disimular, engañarse, dejar de ocultar la verdad que acaba matándonos,
matando nuestro espíritu, maltratando nuestro Templo, nuestra carne, vehículo
de Amor de una existencia con propósito y con sentido. Los mayores dolores, las
peores enfermedades, son mensajeros luminosos, aperturas de consciencia,
oportunidades inmensas de transformación que podemos escuchar, posibilidades de
maduración de todo nuestro sistema, un campo de energía que se propaga por la
descendencia calibrando informaciones, transmitiendo a los que vienen detrás,
esos registros ocultos que no hemos conseguido o querido o sabido reconocer,
ver, dentro de nosotros.
Siempre se ha dicho que
no valoramos la vida, nuestra propia vida y nuestras cualidades y tesoros hasta
que sentimos que podemos perderlas. Hasta que sentimos que nos perdemos, o que
nos perdimos en algún paso del camino y quisiéramos volver atrás y recuperar la
sabiduría que se estaba despertando en nosotros en ese momento. Somos seres de
luz, somos divinidad, pulsación sutil, presencias transparentes de verdad,
fluir constante, fuentes emanadoras de consciencia. Lo somos, todos. Y nuestra
luz está manifestándose siempre y utiliza nuestro cuerpo para avisarnos de que
algo no anda bien, que podemos pensar con más sentido, sentir con menos drama o
eliminar el drama en nuestras vidas, crecer con ganas, acumular menos dolor, o
ninguno.
Hace un par de meses ví
una película de hace años, donde el Anthony Hopkins, que representaba a una
especie de predicador, decía:
“EL DOLOR ES EL MEGÁFONO QUE UTILIZA DIOS PARA DESPERTAR
A UN MUNDO DE SORDOS.”
Tan magnífica me pareció
la frase, que la almacené, la grabé indeleblemente en mi memoria y recordé que
la escucha, esa escucha atenta, activa, de nuestra voz interior, es querer oir
de verdad, abrir bien las orejas para no perdernos ningún mensaje sutil creador
de salud y elevación, y es impresdindible si queremos sanar nuestras vidas,
disfrutar de la armonía de nuestras mentes, de nuestras pequeñas cosas del día
a día, saber quiénes somos y cuánta sabiduría almacenamos dentro.
Ábrete a la Luz y
obsérvate con Amor. El dolor, la enfermedad, las emociones intensas, no sólo
hablan de que todo esto es lo que te queda por resolver, sino que sobretodo te
hablan de que más allá de la distorsión, de las preocupaciones, del miedo, de
esto que en el reino de lo físico te sucede, hay un Ser divino, puro,
hablándote con Armonía, Poder, Lucidez, Sensatez, Apertura, Compasión, Alegría,
Don, Buen humor, Atención, Cuidado, Genuidad, Sensibilidad, Gentilería, Sabiduría,
Inteligencia, Salud total, Consciencia, Libertad y Amor, y encima, eres TÚ.
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