Me asomo cada noche a las estrellas y me digo: yo soy una de ellas.
Eso me hace sentir parte de todo lo creado, finito e infinito. Esa luz palpitante plateada, azul metalizada que me acompaña desde hace tiempo me empuja a reconocer a Dios en las hojas de otoño, en los círculos que se forman bajo los árboles cuando caen las hojas y forman mandalas que reproducen el cielo en la tierra.
Respiro la tarde y caigo y me muevo acunada por una energía de recogimiento, lúcida y silenciosa, tenue, límpida, suave, que reproduce el contacto de una madre abrazada a su bebe, resonando sus espíritus en un solo aliento.
El amor se hace presente en cuanto me dejo, y me dejo, porque mis dedos y mis manos y mi piel hablan del despertar a la vida, de darle paso, de permitir y asentir que sola no soy nada y mi corazón se acerca a todo para acunarse en su palpitar...
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